¿La Ley era una banda de rock chilena formada a finales de la década de 1980 por iniciativa del tecladista y guitarrista Andrés Bobe y su amigo, el tecladista Rodrigo Aboitiz? La Ley se volvería muy popular en Latinoamerica con el lanzamiento de su álbum Invisible.
Está abierta la invitación a sugerir temas de poesía musicalizada para trabajar en clase. Lucía Deniz nos deja la primera pero esperamos nos lleguen otras. Alguna, como esta, puede estar en portugués (estamos en la frontera) pero démosle preferencia a las que estén en español.
Creamos una nueva página dedicada a la literatura musicalizada. El programa nos sugiere algunos autores sobre los que podremos trabajar, como Alfredo Zitarrosa, Eduardo Darnauchans, Leo Masliah, Mauricio Ubal, Rúben Lena, Daniel Viglietti, Fernando Cabrera, Washington Benavides, Gastón Ciarlo (Dino), Eduardo Mateo. A partir de este momento, abrimos la puerta para que sugieran otros autores y canciones que les gustaría trabajar en clase y ver publicadas en el blog. Comenzamos con esta canción de Patricia Sosa. Esperamos sugerencias.
Esta es la letra de la canción Aprender a volar interpretada por Patricia Sosa e incluida en el disco Toda Patricia Sosa.
Duro es el camino y se que no es fácil, No se si habrá tiempo para descansar. En esta aventura de amor y coraje solo hay que cerrar los ojos y echarse a volar.
Y cuando el corazón galope fuerte déjalo salir, no existe la razón que venza la pasión... las ganas de reír.
Puedes creer, puedes soñar, abre tus alas, aquí esta tu libertad. Y no pierdas tiempo, escucha al viento, canta por lo que vendrá, no es tan difícil que aprendas a volar.
No pierdas la fe, no pierdas la calma, aunque a veces este mundo no pide perdón. Grita aunque te duela, llora si hace falta, limpia las heridas que cura el amor.
Y cuando el corazón galope fuerte déjalo salir, no existe la razón que venza la pasión... las ganas de reír.
Puedes creer, puedes soñar, abre tus alas, aquí esta tu libertad. Y no pierdas tiempo, escucha al viento, canta por lo que vendrá, no es tan difícil que aprendas a volar.
Y no apures el camino, al fin todo llegara. Cada luz, cada mañana todo espera en su lugar.
Cuando a María Elena Walsh le preguntaban por su profesión, ella contestaba:
"juglaresa". Pudo haber elegido otras: poeta, cantante, compositora, dramaturga,
escritora y hasta ocasional artista de teatro de revistas. Pero esa figura
-solitaria, contestataria y algo melancólica- que va de pueblo en pueblo
entonando su cantar, era con la que se sentía más identificada. Nacida en Ramos
Mejía, partido de la Matanza, en las afueras de Buenos Aires, el 1º de febrero
de 1930, criada en el seno de una familia con cinco hermanos -cuatro varones del
primer matrimonio de su padre más una hermana-, María Elena sería marcada por la
ascendencia británica de su familia.
Su padre, un importante empleado de los ferrocarriles, sentía un profundo
amor por la cultura inglesa y también era pianista autodidacta. Los aires
españoles de sus futuras composiciones le vienen de su madre, Lucía Elena
Monsalvo, descendiente de andaluces. María Elena creció en esa familia de clase
media con inquietudes culturales y con un padre que se empeñaba en mantener las
raíces inglesas vivas. "Yo me crié en cierto modo, con el cuento en verso… -le
dijo al escritor Mempo Giardinelli-. La juzgo como narrativa porque posiblemente
fue lo primero que absorbí en las nursery rhymes (versos para niños) que
cantábamos en la escuela". En su infancia, esas pequeñas historias musicales
ocupaban el lugar de los cuentos e irían delineando un camino que, años más
tarde, cristalizaría en su obra musical.
Letra y música. Cuando llegó a la adolescencia, su gusto por los poetas en
boga por aquellos años (Neruda, Machado, García Lorca, Vallejo y en especial
Juan Ramón Jiménez) hizo que, como confesara años más tarde en otra entrevista,
intentara "copiar lo que leía". En 1945, con apenas quince años, publica su
primer poema en El Hogar, revista que también contó en sus páginas con autores
como Jorge Luis Borges o Silvina Ocampo. En 1947 sale su primer libro de poemas
en una edición de autor: Otoño imperdonable. Los medios culturales argentinos
saludaron la llegada de la joven poeta que fue elogiada, entre otros, por el
propio Jiménez. La autora pensaba que "la literatura sale de la vida y no del
encierro". Esa premisa sería una constante en su vida y la llevaría a los
suburbios de Washington D.C., usufructuando una beca e invitada por el poeta y
su esposa, dueños de una confortable vivienda. La joven repetía, con algo de
ironía, que convivir con Juan Ramón Jiménez era una especie de "atajo hacia el
premio Nobel". Su admiración era grande pero la dificultosa convivencia con el
poeta español, quien no pasaba por un buen momento anímico, le dejó un sabor
agridulce. A su regreso comprendió que su estadía norteamericana había sido tan
solo un primer paso. Su pasión por conocer el mundo se había encendido.
La publicación de Otoño imperdonable le hizo recibir muchas cartas de
personas que querían conocer más a esa joven poeta. En algunos casos las cartas
fueron contestadas y generaron contactos epistolares entre la autora y sus
lectores como fue el caso de la cantante Leda Valladares. La relación entre las
dos mujeres fue creciendo hasta que finalmente decidieron encontrarse en otro
viaje. Pronto nació una comunión muy grande y formaron un dúo folclórico
instalándose en París. Esa relación -que empezó por carta, siguió como dúo
artístico y terminó en unión sentimental- fue el primer eslabón en la carrera
musical de Walsh quien pasó a ser la primera voz del dúo. Tuvieron un éxito
moderado, editaron varios discos y se presentaron en la televisión francesa
siempre vestidas como indias del norte argentino, haciendo conocer viejas
tonadas de esa zona del mundo.
Walsh no era experta en la ejecución de ningún instrumento. Salvo la
rudimentaria percusión que interpretaba con el dúo o algunos primarios acordes
en la guitarra, su principal arma era un fantástico oído musical. Los primeros
conflictos con su compañera los ocasionó su deseo de componer canciones para ser
interpretadas por ellas, contra la voluntad de Valladares, que prefería
continuar con temas tradicionales y muchas veces anónimos, del folclore
argentino. En los últimos discos que grabaron se nota quien ganó la pulseada.
Las canciones de Walsh pasaron a ser parte fundamental del repertorio.
Mundo del revés. Fallecida el 10 de enero de 2010, luego de una larga
enfermedad, su reconocida obra musical para niños puede condensarse en una
década de creatividad. Comenzó con un espectáculo teatral, Los sueños del Rey
Bomo, estrenado en 1959, y si bien la primera versión del disco Canciones para
mirar (1960), del dúo Valladares- Walsh, pasó desapercibida, ya disuelta la
unión, tanto profesional como sentimental de ambas mujeres, la carrera solista
de Walsh tuvo un espectacular ascenso. Apoyada en otros dos espectáculos
teatrales (Doña Disparate y Bambuco y Canciones para mirar), salieron al mercado
los discos Canciones para mí (1963), Canciones para mirar (1963) y El país de
Nomeacuerdo (1967) junto a dos álbumes para mayores Juguemos en el mundo (1968)
y Juguemos en el mundo II (1969). Éxitos para adultos, como "Los Ejecutivos" o
"Serenata para la tierra de uno", se apoyaron en el formidable suceso de las
canciones "Manuelita la Tortuga" o "La canción de la vacuna", entre muchas.
Walsh se transformó en un verdadero boom. Su presencia en programas televisivos,
giras, enormes ventas de sus discos y hasta alguna aparición en teatro de
revistas, la pusieron en la cima de su popularidad. Podría esperarse que, como
casi todo boom, el éxito fuera efímero. Sin embargo su obra se negó a cumplir
ese destino.
Cuando presentó su segunda novela, Fantasmas en el parque, (2008) declaró:
"Nunca pensé que hiciera falta agregar moraleja al final de una canción ni
decirle a los nenes que se porten bien. Nunca me interesó ponerme en el papel de
madre". Las letras de sus canciones se apoyan en cuentos tradicionales
infantiles -con influencias notorias de Lewis Carroll en "Canción de tomar el
té"- y un sabio uso de rimas no forzadas para contar situaciones surrealistas
vividas por entrañables personajes, las que con las sucesivas escuchas comienzan
a tornarse creíbles. Así se acepta como lógico que una gaviota bizca confunda en
la playa a un perro con un camarón y se lo lleve a su pichón para el desayuno
mientras el can piensa que viaja en helicóptero.
Victoria Ocampo comentó en 1962 que sus canciones tenían un efecto hipnótico
en los niños que "escuchan fascinados lo que no pueden entender del todo". Es
una buena definición. Las canciones de María Elena Walsh se disfrutan aunque no
comprendamos, al principio, bien el por qué. Poco a poco nos damos cuenta de que
ya no podemos separarnos de esas tonadas, que se han transformado en nuestra
infancia, acompañándonos por el resto de la vida. "Manuelita la Tortuga", "La
Mona Jacinta" o "Canción de Títeres" están a punto de cumplir cincuenta años y
son un legado que se pasa, en forma natural, de generación en generación. Los
nietos de los primeros niños que las descubrieron se las harán escuchar a sus
hijos quienes, con seguridad, disfrutarán las aventuras del Mono Liso aunque no
tengan la más remota idea de qué cosa es un twist.
Como la cigarra. Biografía de María Elena Walsh, de Sergio Pujol. Emecé.
Ediciones, 2011. Buenos Aires, 269 págs. Distribuye Planeta.